Espacio, lugar y zombis: Reconceptualizando espacio y lugar tras el apocalipsis en Guerra Mundial Z.


Space, Place and Zombies: Reconceptualising Space and Place After the World War Z Apocalypse.

Lidia María Cuadrado Payeras

Universitat de les Illes Balears

lidiamaria.cuadrado@uib.eu

Recibido: 30/08/2024 / Aceptado: 21/09/2024

Resumen En los casi veinte años transcurridos desde la publicación de la novela distópica Guerra Mundial Z (Brooks, 2006), se han ido acumulando los trabajos que analizan las consecuencias del apocalipsis zombi desde ámbitos como los estudios de seguridad internacional, la narrativa de refugiados o la economía tardocapitalista. Todos ellos se intersectan en el estudio del espacio y el lugar, dos conceptos que claramente vertebran la novela pero que la crítica parece haber abordado menos detalladamente. Este artículo examina tanto el lugar como el espacio más allá de su relevancia para otros campos de estudio, y propone distintos modos de conceptualizar espacio y lugar en términos de los distintos significados que espacio y lugar adquieren (o pierden) en un contexto postapocalíptico que supone una crisis de la significación humana así como de la localización del ser humano.   Palabras clave Espacio, Lugar, Guerra Mundial Z, Zombis, (Post-)humanismo, Geografía cultural, (Post-)apocalipsis.
Abstract   In the almost twenty years that have passed since the publication of Brooks’ 2006 dystopian novel World War Z, the critical literature surrounding it has addressed the consequences of the zombie apocalypse across fields such as international security studies, refugee narratives or the late capitalist economy. All of these intersect in the study of space and place, two concepts that clearly underpin the novel but that have amassed comparatively less scholarly attention. This article examines both space and place beyond their relevance to other fields of study, and proposes different ways of conceptualising space and place in terms of the different meanings that space and place acquire (or lose) in a post-apocalyptic context where the processes whereby the human situates itself and bestows meaning are in crisis.   Keywords Space, Place, World War Z, Zombies, (Post-)humanism, Cultural Geography, (Post-)apocalypse.

Sugerencia de cita / Suggested citation: Cuadrado Payeras, Lidia María (2024). Espacio, lugar y zombis: Reconceptualizando espacio y lugar tras el apocalipsis en Guerra Mundial Z. Distopía y Sociedad: Revista de Estudios Culturales, 4, 25-35.

1. INTRODUCCIÓN: ZOMBIS, ESPACIO Y LUGAR

Muchos han sido los críticos que se han interesado por el uso que Max Brooks le da la figura del zombi en su novela Guerra Mundial Z, publicada en 2006[1]. Mientras que algunos se han centrado en el análisis de la reacción a los no muertos como representación de los prejuicios sociales (Cox y Levine, 2016), por ejemplo en materia de raza (Fox, 2016), algunos han utilizado la novela para ilustrar conceptos relativos a la seguridad nacional e internacional (por ejemplo Morrissette, 2014; Drezner, 2022) o a la sociología cultural (Urraco Solanilla et al., 2017). Otros, como Schmeink (2016), quien presenta una de las interpretaciones más populares de la novela, entienden el apocalipsis de Guerra Mundial Z como el reflejo de los peligros inherentes a la modernidad líquida, en especial tras los atentados de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.

También ha habido un buen número de interpretaciones de la novela en clave geopolítica, especialmente en el marco de la “geopolítica popular”, que “se centra en las representaciones cotidianas de espacios y lugares y, en especial, en cómo la ciudadanía imagina y habla sobre geografías más allá de los propios bordes” (Saunders, 2012, p. 82)[2]. A pesar de que, como apunta Saunders, el espacio y el lugar resultan conceptos fundamentales para estas interpretaciones geopolíticas, menos han sido los trabajos que se han centrado específicamente en estos dos conceptos. Entre estos estudios destaca el de Walter (2019), que analiza en particular las repercusiones del espacio vacío en la literatura postapocalíptica, argumentando que este “aporta los medios para producir una espacialidad nueva y fragmentada al renegociar prácticas sociales supuestamente naturales y cotidianas” (p. 135)[3]. Sin embargo, y a pesar de que en este trabajo se menciona Guerra Mundial Z (en su versión fílmica –Forster, 2013–) como una de las obras a tener en cuenta para analizar los cambios en la representación del espacio en la literatura postapocalíptica, Walter utiliza otros referentes para su análisis; eso sí, ambos pertenecientes a la ficción zombi[4]. En cualquier caso, resulta llamativa la falta de análisis específicos sobre conceptos relacionados con la espacialidad en una novela como Guerra Mundial Z que, como señala Skult (2015), “se construye enteramente en torno a lugares específicos” (p. 105)[5].

Podemos señalar dos razones principales por las que este análisis de los conceptos de espacio y lugar en la novela de Brooks puede resultar valioso. En primer lugar, plantear hasta qué punto los muertos vivientes nos obligan a pensar de manera diferente sobre el espacio y el lugar ilumina nuevas posibilidades de reconceptualización espacial en el contexto de lo posthumano, paradigma en el que la crítica sin duda ha incluido a los zombis (Christie y Lauro, 2011; Knickerbocker, 2015; Schmeink, 2016) y que se está consolidando como uno de los principales paradigmas culturales de la última década (Cord, 2022). En segundo lugar, las diferencias radicales entre el paisaje pre- y postapocalíptico (poniéndose también aquí el término “paisaje” en discusión) merecen un análisis de cómo sus elementos constituyentes (en este caso, espacio y lugar) están también sujetos a cambios y se definen de manera distinta antes y, en palabras de Berger (1999), “tras el final”. En este marco teórico, se entiende que el momento apocalíptico señala una cesura espaciotemporal (Berger, 1999, p. 5) con dos estadios diferenciados (antes y después del apocalipsis), y que esta diferenciación conlleva cambios a nivel conceptual y semántico. Esto es porque el mismo reconocimiento del apocalipsis como tal es significativo, es decir, no solo señala la importancia (el impacto o las consecuencias) del evento en sí, sino que conlleva y manifiesta una práctica simbólica (es decir, crea significado). Como señala Nünning (2012), “las catástrofes y las crisis”, entre las que se encontraría el apocalipsis como indicador de la crisis última, pueden “conceptualizarse como el resultado de un acto de significación, del uso de formas simbólicas” (p. 59)[6]. Si con esto acordamos, pues, la importancia de entender el apocalipsis como un momento de resignificación conceptual, tanto o más importante será también plantearse la resignificación de los conceptos constitutivos de este marco (o, como se ha dicho antes, paisaje) apocalíptico.

1. 1. (Re)definiendo “lugar” y “espacio”

Antes de poder llevar a cabo el análisis concreto de los cambios que sufren “espacio” y “lugar” a nivel conceptual dentro de la novela Guerra Mundial Z debemos aportar una serie de definiciones previas. De acuerdo con lo anteriormente expuesto acerca del papel central que juega la significación dentro del contexto (post-)apocalíptico, este artículo parte de una definición amplia de “lugar” como “ubicación significativa”, en línea con los postulados de geógrafos culturales como Relph (1976) o Tuan (1975), quien sostiene: “el lugar es un centro de significado construido por la experiencia” (p.152)[7], es decir, “las distintas formas a través de las que una persona conoce su mundo” (p. 151)[8]. En el contexto de Guerra Mundial Z, las definiciones que la geografía humanística aporta de “espacio” y “lugar” cobran relevancia por la centralidad del ser humano a las mismas, así como por la necesaria reciprocidad conceptual que se establece entre los términos y el ser humano. Si definimos los lugares, por ejemplo, como “profundos centros de la existencia humana” (Relph, 1976, p. 43)[9], entendemos no solo que el lugar necesita de la significación humana para existir (para que haya un lugar tiene que haber alguien que lo experimente), sino que, a nivel fundamental, la existencia humana está constituida por lugares, ya que, entre otras cosas, estos posibilitan las prácticas de significación que se erigen en característica fundamental de la experiencia humana (Fuentes, 2023). En general, donde no hay experiencia y significación humana, no hay lugar, sino espacio: “el espacio es amorfo e intangible y no es una entidad que pueda describirse y analizarse directamente” (Relph, 1976, p. 8)[10]. En tanto parece que “el espacio proporciona el contexto para que exista el lugar, pero deriva su significado del lugar en particular” (Relph, 1976, p. 8)[11], el espacio se diferenciaría del lugar en la medida en la que este último no está marcado de forma emocional o experiencial.

 Aunque, incluso dentro de la geografía humanística, esta conceptualización del espacio y el lugar no es inequívoca, y ha sido revisada en la última década (Freestone y Liu, 2016; Liu y Freestone, 2016), no ha dejado de ser influyente. Parte del legado de estas conceptualizaciones de lugar y espacio es la relación que guardan con otros términos importantes dentro de la geografía humanística y cultural, especialmente los conceptos de “deslocalización” (Relph, 1976) [12] y “no-lugar” (Augé, 1992/1995)[13]. En los textos que originan estos términos, Relph (1976) define la “deslocalización” como el “debilitamiento de la identidad de los lugares hasta el punto de que no solo nos parezcan iguales sino que los sintamos iguales, y nos ofrezcan las mismas insípidas posibilidades de experimentarlos” (p. 90)[14]; por su parte, Augé (1992/1995) sostiene que los “no-lugares” son “espacios que no son en sí mismos lugares antropológicos y que […] no integran los lugares previos: en cambio, estos lugares se enumeran, se clasifican, se elevan al estado de ‘lugares de memoria’, y se asignan a una posición circunscrita y específica” (p. 78)[15]. Tanto el concepto de “deslocalización” como el de “no-lugar” nacen del reconocimiento de un contexto de globalización que genera y acentúa procesos de homogeneización cultural. Además, ambos términos ponen de manifiesto el creciente sentimiento de desarraigo del individuo en el contexto de la modernidad actual. A ellos subyace, también, un contexto de hibridación de lo distinto y lo similar inherente a la experiencia del lugar en la contemporaneidad (Relph, 2016, p. 27), que en parte mitiga el binarismo aparente en las definiciones anteriores de “espacio” y “lugar”.

              En tanto que, como se ha señalado al principio de esta introducción, los muertos vivientes de Guerra Mundial Z se han interpretado también como representación de este contexto de super/postmodernidad, desarraigo, homogeneización e hibridación, estos conceptos nos sirven para vertebrar una reformulación de “lugar” y “espacio” que surja del análisis del apocalipsis zombi de la novela. Esto resulta pertinente al apuntar que, como hemos adelantado anteriormente, las diferentes secciones de la novela, que consiste en distintas entrevistas a supervivientes del apocalipsis zombi, no se dividen mediante la identificación de los entrevistados, sino con el uso de marcadores geográficos. Dado que el subtítulo de la novela, “Una historia oral de la guerra zombi” [cursivas añadidas] enfatiza el papel de los relatos personales del apocalipsis en su creación, resulta llamativo que, dentro de la novela misma, se realicen proporcionalmente menos esfuerzos para identificar a los individuos que ofrecen sus relatos al entrevistador (que es una versión ficticia del autor real de la novela) que para identificar los lugares en los que tienen lugar las entrevistas. Sin embargo, esto es coherente con la insistencia del entrevistador en publicar un “libro de historia personal” cuya voluntad de respetar las experiencias de los entrevistados no responde tanto a la voluntad de presentar los relatos de supervivencia de los mismos sino, crucialmente, el “factor humano” (Brooks, 2006, p. 2) de los mismos. Así, desde el principio el libro articula la ansiedad que provoca no la necesidad de preservar vidas humanas ante la crisis, sino preservar al humano como marco de referencia ante el avance del giro posthumano a escala global. La centralidad de los marcadores geográficos globales denota la necesidad de tratar el apocalipsis zombi de manera que se resalten las implicaciones mundiales de este cambio paradigmático, al tiempo que invita a considerar que el espacio y el lugar son conceptos, como hemos apuntado, con un gran bagaje humanista y cuyos cimientos, por tanto, se tambalean en el nuevo contexto posthumano. Así, este artículo intentará dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿qué sucede con el espacio y el lugar cuando el ser humano ha perdido su posición central en los procesos de creación de lugares?

2. LA CREACIÓN DEL LUGAR APOCALÍPTICO

David Ketterer (1976) ha sostenido que “la literatura apocalíptica […] se ocupa de la creación de otros mundos que, en lo literal, guardan relación creíble […] con el ‘mundo’ real, provocando así la destrucción metafórica de ese ‘mundo’ real en la mente del lector”[cursivas en original] (p. 13)[16]. Dentro del canon de la ciencia ficción y géneros adyacentes, como la fantasía[17], la literatura apocalíptica ocupa un espacio diferenciado en el que, por lo general, el lector entiende que las situaciones y escenarios que en ella se describen no son solo contextualmente verosímiles (plausibles dentro de lo que se espera del mundo de la ficción tal y como el autor lo ha construido), sino culturalmente verosímiles (posibles a nivel extratextual, de acuerdo con los postulados que rigen nuestra concepción del mundo real a nivel social, natural, etcétera)[18]. De acuerdo con esto, probablemente el principal valor crítico de la literatura (post-)apocalíptica resultaría de la posibilidad que brinda al lector de deconstruir y cuestionarse la validez de su conocimiento del mundo real y de las ideas sobre las que se construye. El impulso que tengan estos cuestionamientos críticos normalmente dependerá de la distancia o proximidad con la que el lector relacione el mundo de la ficción con el mundo que habita: tanta mayor sea la semejanza que el lector vea entre el mundo de la ficción y el suyo, tanto más persuasiva será la invitación a establecer puentes entre uno y otro y hacerse preguntas sobre ambos.

En el caso de Guerra Mundial Z, la cercanía que existe entre el mundo de la novela y la realidad extratextual se establece de forma casi inmediata. Mediante las referencias constantes a un mundo antes de la tierra que se corresponde casi exactamente con el nuestro, al que subyacen las mismas estructuras sociales y modelos económicos, la novela invita a imaginar que los hechos ocurren en la misma Tierra que habita el lector, y no en una versión imaginaria de la misma. Esta impresión se refuerza con el tono documental de la novela[19], escrita, como hemos dicho, a modo de recopilación de la historia oral de la guerra contra los zombis. En el “enfoque participativo”[20] (Nichols, 1991) en la elaboración del documental, en el que la inclusión de testimonios de testigos vivenciales de los hechos es una de las principales estrategias de legitimación de la obra como documento histórico (Yu y Yan, 2024), el espacio juega un papel fundamental. En estos “textos interactivos” (Nicholls, 1999) [21] construidos en torno a relatos testimoniales, el receptor (en este caso, el lector) “espera convertirse en testigo del mundo histórico tal y como lo representa aquél que vive en él y que hace de esa vivencia una parte destacada del texto. … [el receptor espera] información condicional y conocimiento local o situado” (p. 56)[22].

De acuerdo con esto, y con las definiciones anteriormente expuestas de espacio y lugar, el énfasis en el espacio como centro y contexto de la vivencia que vertebra y legitima el relato apuntaría al lugar particular como concepto privilegiado en Guerra Mundial Z: el apocalipsis exige la creación de sentido, el sentido se encuentra a través de relatos de las vivencias individuales de los supervivientes, y la experiencia vivida genera nuevos lugares o redefine los viejos (lo que en la novela se contempla en clave geopolítica, por ejemplo con la “Federación Unida” de China [Brooks, 2003, p. 5] o la “República Popular del Tíbet” [p. 12]). Es de destacar, en este caso, la escala a la que se elevan estos procesos de resignificación del lugar; el sentido colectivo de trauma que, junto al giro posthumano que inaugura el apocalipsis zombi, remodela lo que se entiende como espacio y lo que se entiende como lugar. A pesar de que una gran mayoría de la ficción distópica se ha centrado en abordar la lucha por la supervivencia como un dilema individual, en Guerra Mundial Z se hace también hincapié en que la guerra contra los no muertos ha sido capaz de estrechar significativamente los lazos que unen a individuos y comunidades alrededor del planeta: “[N]o se trata solo del vecindario o del país, siquiera. En cualquier parte del mundo, hables con quien hables, todos hemos compartido esta extraordinaria vivencia” (Brooks, 2003, p. 336)[23]. Esta “extraordinaria vivencia” que ha supuesto un trauma colectivo y ha forzado procesos de resignificación y relocalización a escala global nos lleva a plantear la posibilidad de que “espacio” haya perdido su razón de ser conceptual. Si la diferencia entre espacio y lugar yace en que el espacio sea un “terreno sin significado” (Cresswell, 2004, p. 10)[24], la significación de cualquier recodo, por pequeño que sea, a partir de la experiencia del apocalipsis, parece desembocar en la pérdida del espacio al haberse saturado este de significado. Es decir, el impacto emocional global del apocalipsis zombi resulta en la omnipresencia del lugar: cualquier punto, por pequeño que sea, se sitúa geográfica y temporalmente y a este se le otorga una relevancia particular. Por ejemplo, Nuevo Dachang[25], que aparece al principio de la novela y que no tiene topónimo oficial, acaba por recibir “un nombre, una historia y una ubicación aproximados” (Skult, 2015, p. 105)[26] aunque en el estado en el que se encuentra no sea más que una atracción turística (Brooks, 2003). Se nos dice que esto se hace “por la nostalgia” que los habitantes de la antigua localidad de Viejo Dachang (p. 4)[27] sienten de su hogar, ya que así conservan “algún tipo de conexión con su herencia, aunque solo sea por el nombre” (p. 5)[28].

3. LA TRANSFORMACIÓN DEL ESPACIO DURANTE EL APOCALIPSIS ZOMBI

El enfoque en la experiencia colectiva y en la construcción del lugar recuerda a la afirmación de Bauman (2008) de que, tras los atentados de las Torres Gemelas del 11 de septiembre, la “era del espacio” podría haber llegado a su fin, ya que “nadie, por más independiente, distante y frío que sea, puede aislarse ya del resto del mundo”. Bauman sostiene, además, que “[l]os lugares ya no protegen, por muy fuertemente armados y fortificados que estén” y que “[l]a debilidad y la fuerza, la amenaza y la seguridad, se han convertido, en esencia, en cuestiones extraterritoriales (y difusas) que eluden soluciones territoriales (y localizadas)” (p. 88)[29]. La sensación de impotencia a la hora de contener el caos y su establecimiento como la nueva norma de las sociedades postmodernas también se alinea con los escritos de Agamben (2003/2005) en torno al estado y la soberanía, que apuntan a la institución del estado de excepción como la regla de la democracia occidental. El estado de excepción se situaría en el umbral que divide “vida y ley, dentro y fuera”, y aquellos atrapados en esta zona intermedia se encontrarían en una relación de excepción con lo que queda más allá de sus lindes, convertidos en homines sacri[30].En tanto el zombi también es una figura liminal (Lauro y Embry, 2008), algunos autores han señalado que existe la posibilidad de interpretar el zombi junto con la figura del homo sacer y la nuda vida (Stratton, 2011a, 2011b; Travis, 2015), haciendo eco de la aseveración de Agamben de que las actuales formas de soberanía nos convierten a todos “virtualmente en homines sacri” (Agamben, 1995/1998, p. 111).

Si en su libro anterior, Zombi: Guía de supervivencia, Brooks (2003) ya habla del establecimiento de un “estado de emergencia” (p. 3)[31] en respuesta a un incipiente brote de “zombismo” mundial, en Guerra Mundial Z este ilustra las reacciones del Estado y de los individuos ante la contemporánea amenaza zombi. Dado que, notablemente, Agamben habla del destierro de la vida sagrada como “la espacialización primigenia que gobierna y hace posible toda localización y toda territorialización” (1995/1998, p. 11)[32], podemos aventurar que la ilustración de Guerra Mundial Z de las respuestas globales contra el apocalipsis zombi refleja la preocupación por cómo las condiciones cada vez más vulnerables de la modernidad, que permiten el avance de la figuración del zombi (no solo en la medida en que el humano libra una guerra contra los no muertos, sino también en la medida en que estos representan la preocupación humana por el propio ser humano) y la preocupación por la consolidación del estado de sitio como nueva norma, afectando así al tratamiento que se le da a los conceptos de espacio y lugar. La nueva omnipresencia del lugar, influida también por la permeabilidad de los afectos y su crisis (Ortolano, 2016) en la modernidad líquida, posibilita y justifica que hablemos de la menor diferenciación que existe en los contextos de crisis entre los conceptos de lugar y espacio, o incluso, como hemos apuntado, de su posible obsolescencia: a mayor saturación experiencial, mayor difuminación de los límites entre el lugar y el espacio, y mayor homogeneidad entre conceptos.

              Como quiera que sea, el espacio se resiste a desaparecer por completo como figuración crítica. Skult (2015), por ejemplo, utiliza los conceptos de “espacio estriado” y “espacio liso” (Deleuze y Guattari, 1980/1987) para afrontar tanto la crisis conceptual como el concepto de crisis en Guerra Mundial Z. La diferenciación del espacio liso en estriado y la conversión de este último en lugar denota la crisis de “lo humano” en la novela y se revela en el uso que esta hace de la toponimia. Al igual que en la guerra convencional, en la guerra contra los no muertos cobra importancia el hecho de rebautizar el territorio conquistado o recuperado del enemigo también como victoria moral, señalando que el lugar significado por el humano gana terreno al espacio estriado del zombi: “Estas áreas aplanadas por las hordas zombi no son despojadas de sus nombres, pero solo en el contexto de su recuperación o defensa reciben un nombre nuevo, a medida que emergen de lo ontológicamente desconocido, del espacio gris” (Skult, 2015, p. 109)[33]. A pesar de lo que pudiera parecer, la resignificación del lugar no supone un beneficio neto para la facción humana, ya que la familiaridad y seguridad del lugar existe solo para aquellos con poder suficiente para tomarlo:

Lo que resultaba inusual era el punto de reunión escogido. Por primera vez desde que inició el conflicto se había realizado la división de acuerdo a las coordenadas del mapa. Hasta entonces habían usado nomenclatura civil en uno de los canales públicos; así, los refugiados sabían dónde podían agruparse. Ahora se realizaba una transmisión codificada a partir de un mapa que no habíamos utilizado desde el fin de la Guerra Fría. (Brooks, 2003, p. 112, cursivas en original)[34].

Desde el momento en que la designación del lugar viene dada por coordenadas desconocidas para una mayoría, los refugiados de la guerra, que no comparten las prácticas de significación militares, quedan excluidos del lugar y, por tanto, condenados a la espacialidad. Al contrario que en el ejemplo anterior, aquí el lugar no es una muestra de la fuerza de una comunidad, sus lazos y su memoria, sino el privilegio de aquellos que, por el poder que ostentan, consiguen evadir el dilema de la mediación, de la negociación entre el estar “fuera” o el estar “dentro”, y, por esta exclusión de la norma, excluyen a su vez a los refugiados, que en su nuda vida son relegados al espacio, inhabitable (en la vida política, bios) puesto que incapaz de ser significado, y a la vez separado del zombi como expresión de la vida puramente biológica (zoë). Según esta interpretación, en Guerra Mundial Z la liminalidad del zombi da paso a la liminalidad del ser humano, apuntando precisamente a la “zona de indistinción y de transición continua” en la que existe el homo sacer, el ser humano doblemente excluido dentro del estado de emergencia (Agamben, 1995/1998, p. 109). Leído en clave de género, esto nos permite superar la aparente contradicción en unir el análisis de Agamben a la figura del zombi, que surge de la imposibilidad del zombi de ubicarse plenamente en la “zona de transición” ya que, para el zombi, no hay vuelta atrás: a pesar de que una gran mayoría del género explora el dilema de la lucha contra el zombi desde el momento en que se reconoce que en algún momento fue humano y que, en cierta medida, es o “lleva un humano dentro”, una vez convertido en zombi no hay reversión, y la ambigüedad se traslada del humano infectado al humano “sano” que debe significar al zombi (delimitar su estado) para sacarlo de la zona de indistinción, del mismo modo que son las disposiciones humanas las que codifican las zonas de liminalidad en lo político (Agamben) y en lo geográfico (Cresswell, Relph, Tuan).

4. CONCLUSIONES

              Guerra Mundial Z explora los efectos de la “zombificación” mundial de diversas formas, incluido el modo en que afecta a la construcción del entorno (post-)humano. La aparición de los no muertos lleva al culmen la crisis en los afectos humanos, complicando el proceso de construcción de lugares y cuestionando la pertinencia de las formas clásicas de demarcar espacio y lugar.

A pesar de que este artículo no trata extensivamente este hecho, es evidente también que los cambios drásticos en la configuración postapocalíptica del poder geopolítico también influyen en la manera en que la novela trata los conceptos de espacio y lugar. Pensar la agencia y lo político desde una perspectiva posthumana depende también fundamentalmente de cómo abordamos los conceptos en los cuales se fundan, incluyendo aquellos que tienen que ver con el territorio y la (re)territorialización. Como hemos visto con los escritos de Relph, Tuan y otros, a pesar (o precisamente a causa) del apocalipsis zombi, la novela no llega a apartar al humanismo del territorio: “Quién sabe lo que pudiésemos haber logrado si hubiésemos dejado la política y nos hubiésemos unido como puñeteros humanos” (Brooks, 2003, p. 262)[35], se lamenta un astronauta a bordo de la Estación Espacial Internacional. Con todo, enfrentar “lo humano” a “lo político”, como hace el astronauta Knox, no resulta de gran ayuda, ya que ambos conceptos descansan sobre el otro; en cambio, reconceptualizar “lo humano” y “lo político” sí parece ofrecer, en la novela, más posibilidades que las que otorgaba cualquiera de estos términos con anterioridad al conflicto.

En lo que respecta a la geopolítica, también quedaría mucho que decir acerca de los cambios que el apocalipsis zombi obliga a realizar en la definición del Estado nación. Morrisette (2014), quien explora la producción de protocolos de seguridad nacional en la ficción zombi, señala cómo

la securitización de los no muertos y el consiguiente enfoque político en mantener el poder y la seguridad del Estado relegan, por tanto, los asuntos de seguridad humana (las vidas de hombres, mujeres y niños en peligro por las hordas zombis) a un plano inferior dentro de la jerarquía discursiva (p. 13, cursivas en original)[36].

Así, el (post-)apocalipsis zombi ejemplifica la crisis de los afectos que se intensifica durante las crisis territoriales, y que intensifica, a su vez, la vulnerabilidad humana. Para estos nuevos homines sacri que surgen del conflicto de la novela, la identidad nacional y su conexión con espacios y lugares particulares es central a su recuerdo de la Guerra Zombi, una conexión que se explota en clave de propaganda nacionalista: “[la imagen representa] la experiencia estadounidense de la Guerra Mundial Z … muestra a un escuadrón de soldados de pie en la orilla del río Hudson que queda en Nueva Jersey, de espaldas a nosotros, mientras observan cómo amanece sobre Manhattan”. La nota discordante ante esta imagen de fortaleza es la de su espectador, un hombre “frágil” que “ha envejecido prematuramente” (Brooks, 2003, pp. 92)[37] y que se prepara para ser entrevistado ante el monumento. A pesar de que las naciones han sido desmanteladas y desplazadas de sus anteriores coordenadas, Guerra Mundial Z sigue jugando con el motivo del orgullo nacional, cuestionando la utilidad de aferrarse al sentimiento de orgullo patrio cuando la patria ha sido deslocalizada espacialmente (con la creación de nuevas fronteras) y emocionalmente (cuando ha perdido los significados que se le otorgaban) y cuando el individuo ha sido desterritorializado física y psicológicamente (expulsado de la comunidad, de las estructuras significantes, y de la creación de ambas).

En fin, la novela subraya la ambivalencia que subyace a los procesos de significación, sean estos referidos a la delimitación y reconocimiento de un estado de crisis o a la delimitación y reconocimiento del territorio físico o afectivo. Usando la figuración del zombi como campo de experimentación, Brooks explora los cambios sociales que se derivan del trauma colectivo y de una crisis global de la que no hay vuelta atrás, y avanza posibilidades para la resignificación de paradigmas clave dentro de los estudios humanísticos y culturales que siguen siendo relevantes veinte años tras la publicación de la novela.

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[1]Existen traducciones de las dos obras principales de Max Brooks que se mencionan en este artículo al español, World War Z y The Zombie Survival Guide (p. ej. Guerra Mundial Z y Zombi: Guía de supervivencia, ambas publicadas por Debolsillo y traducidas por R. Sastre Letona). Al haberse originado en lengua inglesa, este artículo mantiene las citas del original en inglés. Todas han sido traducidas al español por la autora.

[2]“focused on the everyday representations of spaces and places, and particularly how citizens conceive of and speak about geographies beyond their own shores”. Del mismo modo que las citas de las fuentes primarias, todas las citas extraídas de una fuente extranjera han sido traducidas al español por la autora.

[3]“provide the means of producing a new and fragmented spatiality by renegotiating seemingly natural, everyday social practices”.

[4]Las series The Walking Dead (Darabont, 2010-2021) y Survivors (Hodges y Nation, 2008-2010).

[5]“built entirely around specific places”. Aunque el verbo inglés built podría traducirse en contexto tanto con los verbos “construir” como “desarrollar” (y seguramente el uso del verbo “desarrollar” conseguiría una traducción más idiomática), me parece importante mantener las connotaciones del verbo “construir”, tanto por lo que implica de organización formal de la novela (como veremos más adelante) como por lo manifiestamente espacial del uso del verbo (en tanto “construir” denota desarrollo en un espacio dado, sea este físico o mental, metafórico o ficticio).

[6]“catastrophes and crises […] can rather be conceptualized as resulting from a signifying practice, from the use of symbolic forms”.

[7]“Place is a center of meaning constructed by experience”.

[8]“the various modes through which a person knows his world”.

[9]“profound centers of human existence”.

[10]“Space is amorphous and intangible and not an entity that can be directly described and analysed”.

[11]“In general it seems that space provides the context for places but derives its meaning from particular places”.

[12] “placelessness”.

[13] “non-place”, “non-lieu” en el original francés.

[14]“a weakening of the identity of places to the point where they not only look alike but feel alike and offer the same bland possibilities for experience”.

[15]“spaces which are not themselves anthropological places and which […] do not integrate the earlier places: instead these are listed, classified, promoted to the status of ‘places of memory,’ and assigned to a circumscribed and specific position”. Algunos de los ejemplos que propone Augé como “no-lugar” son el hospital, el hotel, el campo de refugiados, el aeropuerto o el supermercado.

[16]“Apocalyptic literature is concerned with the creation of other worlds which exist, on the literal level, in a credible relationship […] with the ‘real’ world, thereby causing a metaphorical destruction of that ‘real’ world in the reader’s head”.

[17]En este artículo hablamos en general de “ciencia ficción y géneros adyacentes” ya que no es el propósito de este trabajo entrar a discutir las taxonomías de género y la creciente controversia entre los proponentes de los términos “ciencia ficción”, “fantasía”, “ficción especulativa” y otros. Remitimos a los interesados en profundizar sobre este tema a la exposición de Marek Oziewicz en la Oxford Research Encyclopedia of Literature (2017).

[18]De acuerdo con la nota anterior, no vamos a entrar en este artículo a hacer precisiones sobre el género y los distintos niveles o tipos de verosimilitud con los que se puede clasificar una obra. El término “verosimilitud cultural” que se utiliza aquí fue acuñado por el historiador de cine Steve Neale (2000/2005) en su repaso a las teorías del género tanto en el cine como en la literatura, lo que lo hace de especial utilidad al hablar de Guerra Mundial Z, que se conoce tanto o más por su versión fílmica (Forster, 2013) que por su versión escrita.

[19]También en este caso habría mucho que decir de las convenciones del género documental y de la relación que los documentales guardan con la realidad y la ficción, así como de la percepción del público sobre la veracidad del género documental. Ellis (2021) realiza un repaso actualizado de esta problemática, no sin mencionar que “una de las definiciones fundamentales de ‘documental’ es la ausencia de ficción y la primacía del hecho o la verdad” [“One of the bedrock definitions of ‘documentary’ is the absence of fiction and the dominance of fact or truth”], ya que al concepto de ‘documental’ subyace la negociación social de la división que existe entre el hecho y la ficción (p. 143).

[20]“participatory approach”.

[21]“interactive texts”.

[22]“expects to be witness to the historical world as represented by the one who inhabits it and who makes that process of habitation a distinct dimension of the text. … Viewers expect conditional information and situated or local knowledge”.

[23]“it’s not just the neighborhood, or even the country. Anywhere around the world, anyone you talk to, all of us have this powerful shared experience”.

[24]“a realm without meaning”.

[25]“New Dachang”.

[26]“a name, a history, and a rough location”.

[27]“Old Dachang”.

[28]“out of nostalgia”, “to preserve some connection to their heritage, even if it was only in name”.

[29]“no one, however resourceful, distant and aloof, can any longer cut themselves off from the rest of the world”. “Places no longer protect however strongly they are armed and fortified”. “Strength and weakness, threat and security have now become, essentially, extraterritorial (and diffuse) issues that evade territorial (and focused) solutions”.

[30]Agamben (1995/1998) recoge la figura del “hombre sagrado” del derecho romano. El homo sacer se sitúa en una zona liminal entre la ley humana y la ley divina, ya que si bien puede ser impunemente matado (ley humana) no puede ser sacrificado (ley divina), lo que le encierra en una violenta “estructura topológica” [“topological structure”] (p. 82) comparable a las que crea el estado de excepción y condena al homo sacer a lo que Agamben llama “nuda vida”, de nuevo un estado vital liminal entre la vida biológica (zoë) y la vida política (bios).

[31]“state of emergency”.

[32]“the originary spatialization that governs and makes possible every logalization and every territorialization”.

[33]“the areas smoothed by the zombie hordes are, of course, not robbed of their proper names, but it is only in the context of their reclamation, or defense, that they are again named, as they emerge out of the ontologically gray-spaced unknown”. Aquí, “gray-spaced” recuerda, si no apunta directamente, a la teoría del espacio gris propuesta por el geógrafo Oren Yiftachel (2009). Siguiendo la tónica de este artículo, el espacio gris es un espacio liminal, de “transformación social” (p. 92), que genera nuevas relaciones entre individuos y que se sitúa entre un espacio que se percibe como seguro (“blanco”) y otro que resulta peligroso (“negro”).

[34]“What was unusual, though, was the rally point. Division was using map-grid coordinates, the first time since the trouble began. Up until then they had simply used civilian designations on an open channel; this was so refugees could know where to assemble. Now it was a coded transmission from a map we hadn’t used since the end of the cold war”.

[35]“Who knows what we could have accomplished if we had only chucked the politics and come together as human bloody beings”.

[36]“The securitization of the undead and the resulting policy focus on sustaining state power and security consequently relegates matters of human security—the lives of men, women, and children imperiled by the zombie hordes—to lesser status in the discourse hierarchy.”

[37]“the American experience in World War Z … depict[ing] a squad of soldiers standing on the New Jersey side of the Hudson river, their backs turned to us as they watch dawn break over Manhattan”. “[F]rail … old before his time”.

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