Narcosis y subalternidad rural: sobre Al final siempre ganan los monstruos (2021) de Juan Manuel López, “Juarma”.

Narcosis and rural subalternity: about Al final siempre ganan los monstruos (2021) by Juan Manuel López, “Juarma”.

Héctor Gil Rodríguez

Universidad de las Islas Baleares

hector.gil@uib.eu

Recibido: 9/05/2024 /  Aceptado: 03/09/2024

Resumen Este trabajo se centra en la novela Al final siempre ganan los monstruos (López, 2021). El objeto de estudio lo constituyen las representaciones de la juventud de clase trabajadora del medio rural que vertebran el relato. Se argumenta que este muestra una cierta capacidad para ofrecer otra mirada de las narrativas dominantes sobre el mundo rural. El objetivo de esta propuesta es mostrar cómo esta novela, además de cuestionar el discurso literario imperante, hace visibles individualidades subalternas y examina la matriz social de algunos de los problemas de la juventud rural actual, en particular el consumo de drogas ilegales.   Palabras clave Mundo rural, Clases subalternas, Crisis, Marginalidad, Novela rural.
Abstract This paper focuses on the novel Al final siempre ganan los monstruos (López, 2021). The object of study is the representations of the working-class youth of rural areas that backbone the story. It is argued that this story shows a certain capacity to offer a different view from the dominant narratives about the rural world. The aim of this proposal is to show how this novel, apart from questioning the prevailing literary discourse, makes subaltern individualities visible and examines the social matrix of some of the problems of today’s rural youth, in particular the use of illegal drugs.   Keywords Rural world, Subaltern classes, Crisis, Marginality, Rural novel.

Sugerencia de cita / Suggested citation: Gil Rodríguez, Héctor (2024). Narcosis y subalternidad rural: sobre Al final siempre ganan los monstruos (2021) de Juan Manuel López, “Juarma”. Distopía y Sociedad: Revista de Estudios Culturales, 4, 36-42.

1. INTRODUCCIÓN

Desde el estallido de la crisis financiera de 2008, se ha producido en España un cierto resurgimiento de la literatura sobre el mundo rural que contrasta con el olvido al que este asunto se vio relegado durante la segunda etapa de la dictadura, cuando los avatares del proceso modernizador alcanzaron un indiscutible protagonismo en el panorama literario (Acosta-Naranjo, 2022). Hasta entonces solo a un reducido grupo de autores, nacidos entre 1920 y 1950 en pueblos o ciudades medianas del interior peninsular, les interesaban el campo y sus gentes: novelistas como Miguel Delibes, Luis Mateo Díez o el Julio Llamazares de La lluvia amarilla, que retrataban las experiencias de un mundo campesino (casi) desaparecido ante el deslumbramiento de la ciudad. Sus novelas, tal como Díez Cobo (2017) apunta, evocaban con nostalgia los valores de un mundo ancestral, en el que naturaleza y cultura formaban una unidad separada del furor urbano. En algunas hay un lamento desolador por el final de unos modos de vida tradicionales que estaban siendo barridos, sustituidos por una nueva y emergente cultura de consumo (Oropesa, 2021). En otras, se denuncian las miserables condiciones de vida del proletariado rural y se ponen en valor los conocimientos largamente denostados del mundo campesino tradicional.

Con la llegada de la democracia, las novelas con tema rural desaparecieron del primer plano literario. Una serie de factores, entre los que destacan el declive de la importancia del sector agrario y las poblaciones rurales en el conjunto del territorio peninsular y el progresivo alejamiento del campo de una sociedad eminentemente urbana (Acosta-Naranjo, 2021), hicieron que aquel ciclo de novela campestre se cerrara a comienzos de los ochenta. Desde ese momento, las relaciones personales y los conflictos sentimentales de la clase media urbana se convirtieron en el eje de infinidad de narraciones (Becerra Mayor, 2013). La mayor parte de los relatos no se desarrollaban ya en pueblos abandonados, sino en municipios y barrios del extrarradio metropolitano. En una sociedad crecientemente desruralizada, era poco esperable que el campo fuese sustrato de materia narrativa. La nueva literatura reclamaba su derecho a librarse de todo lazo con el pasado campesino. Así ocurre en la novela El Jinete Polaco (Muñoz Molina, 1991), donde el protagonista se distancia de las particularidades culturales de su municipio de origen para convertirse en un trabajador flexible que vaga errante por distintas ciudades. Consciente o inconscientemente, la mayor parte de los escritores de finales del siglo pasado participaron del borrado de los habitantes del medio rural.

Tras la crisis, sin embargo, se produjo un renacimiento de lo rural en la literatura. El desanclaje de la clase media hizo surgir una veta narrativa que brindaba una manera de mirar los entornos rurales muy alejada de las visiones que nos ofrecieron los narradores del siglo XX. Los autores pertenecientes a esta nueva corriente son personas nacidas entre 1980 y los 2000 que, a diferencia de algunos de sus predecesores literarios, no poseen un conocimiento directo de la vida de pueblo (Mora, 2018). Nietos o bisnietos de emigrantes son todos los escritores neorrurales que han surgido recientemente, al calor de una llamada de la tierra que va desde la remembranza infantil cargada de nostalgia al intento de recuperar un arraigo local perdido con el proceso globalizador. Sus obras transitan marcos narrativos diversos: unas son encuadrables en la mirada sepulturera que pone el foco en los aspectos negativos y paralizantes de los lugares en trance de despoblamiento; otras narran la angustia de una clase media precarizada que siente la necesidad de huir de la ciudad y montarse una vida thoureauniana en una aldea remota para superar su crisis existencial; mientras otras, muchas menos, defienden la cultura campesina como un valioso sistema de saberes que resultan imprescindibles para los proyectos transformadores. La mayor parte de ellas brindan un retrato oscuro y negativo del mundo rural moderno. Lejos de idealizar la vida campestre, estas novelas se ambientan normalmente en territorios misteriosos, en ocasiones violentos y, sobre todo, desolados (Díez Cobo, 2017; Mougoyanni, 2021). En ellas, lo que no son pueblos moribundos, son mundos en deterioro o universos de sufrimiento. En general, no se pretende describir con realismo el estado actual de la sociedad rural, sino utilizar esa imagen desidealizada del campo como materia narrativa.

Esta literatura ha contribuido notablemente a forjar un imaginario desesperanzador de la ruralidad, en el que el mito, el registro y la historia a medias se encuentran profundamente entrelazados. Abundan en ella las narraciones desterritorializadas, situadas en un tiempo indefinido y protagonizadas por sujetos que ocupan un espacio indeterminado en la estructura social (Berbel, 2022), cuando no pertenecen a una clase media pauperizada (Champeau, 2018). En el reparto de lo sensible (Rancière, 1996/2014) que domina este campo literario no hay apenas lugar para el retrato de la vida de las clases subalternas (agricultores, trabajadores informales, cuidadoras familiares, etc.). Por lo general, la novela neorrural ha invisibilizado a estos colectivos o, en el mejor de los casos, les ha otorgado un papel residual. Sobra decir que ese borrado responde a una muy amplia y general falta de representación de la clase trabajadora dentro de la narrativa peninsular reciente (Becerra Mayor y Martínez-Fernández, 2019).

Frente a la literatura dominante han aparecido nuevas narraciones que visibilizan los problemas de las fracciones precarias del proletariado rural. Dentro de esta corriente, se encuentra Juan Manuel López, conocido como Juarma, un dibujante granadino afincado en Sagunto (Valencia), que se dio a conocer por primera vez como escritor con su novela Al final siempre ganan los monstruos, publicada en 2021.

El presente trabajo se centra en el estudio de las representaciones de la juventud rural de clase trabajadora que se realizan en esta obra. El objetivo es reflexionar sobre su capacidad para ofrecer una imagen realista de las condiciones de vida y los problemas sociales de esta franja poblacional. De este modo, se argumenta que la novela de Juarma ejerce un papel activo en la configuración de lo que Jacques Rancière ha denominado el reparto de lo perceptible, esto es, en el cribado de lo que se revela o se oculta al nivel de la comunidad. En este sentido, la obra seleccionada se muestra como un artefacto de primera magnitud para el desarrollo de nuevos imaginarios capaces de contradecir algunas de las visiones sobre lo rural establecidas como dominantes.

Este trabajo se inserta en la corriente de estudios que analiza la denominada “literatura de la crisis”, entendiendo por tal los relatos que han tratado de reflejar y comprender las repercusiones del crash financiero de 2008, que tan duraderas han sido en nuestra sociedad (Bezhanova, 2020). Dentro de esta corriente, las investigaciones se han centrado en novelas, a menudo ambientadas en espacios urbanos, que ponen de relieve la angustia de las nuevas generaciones ante un futuro irreversiblemente afectado por la crisis (Bezhanova, 2017). Sin embargo, los estudios y reflexiones han dejado en la sombra las representaciones literarias de los sectores obreros y marginales del mundo rural peninsular.

El presente texto pretende arrojar luz sobre este asunto a partir del estudio de la novela Al final siempre ganan los monstruos. Para ello, en el siguiente apartado se hace un somero repaso del argumento, para pasar luego a analizar sus escenarios y personajes. Posteriormente, se estudia el papel compensatorio que la droga ejerce para los protagonistas y se indaga en la capacidad de esta obra para dar voz a sujetos escatimados de la literatura. Para finalizar, se concluye mostrando que dicha obra ofrece una mirada alternativa del medio rural que desvela las nuevas formas de marginalidad que lo habitan.

2. ARGUMENTO

Al final siempre ganan los monstruos da cuenta del desconcierto existencial de la juventud de clase baja del medio rural y aborda con rigor el problema del consumo inhabitual de drogas en esta zona. La trama sigue a Dani, Lolo, Jony, Juanillo y “El Liendres”, un grupo de amigos de la infancia, enganchados a la coca, con una vida de excesos a sus espaldas. La muerte de Lolo en un atropello es el punto de arranque de este relato, en el que los colegas recuerdan sus aventuras y desventuras con el fallecido, recreando sus respectivos pasados durante las dos últimas décadas en sucesivos y fragmentados monólogos interiores. Con este molde narrativo, los protagonistas construyen el relato de los precedentes inmediatos del accidente, de los elementos contextuales que precipitaron la entrada en barrena de Lolo, al mismo tiempo que lo alternan con la historia en presente. De este modo, los narradores nos hablan de la omnipresencia de la droga en su entorno y de los problemas que esta genera.

3. FONDO ESPACIAL Y PERSONAJES

La historia transcurre en Villa de la Fuente, trasunto literario de Deifontes, lugar de nacimiento del autor. Esta localidad, situada “a una media hora” (López, 2021, p. 70) en coche de Granada, responde al perfil socioproductivo de las poblaciones rurales de la comarca de los Montes Orientales: jornaleros dedicados a una agricultura comercial centrada en el cultivo estacional del olivar, con ocupaciones suplementarias en el sector servicios, en un entorno marcado por un escaso tejido industrial y un alto nivel de desempleo. Configurada por una multitud de plantaciones olivareras, su paisaje ha ido perdiendo su faz rural para convertirse en un territorio crecientemente urbanizado. Se trata de una zona rural periurbana afectada por el proceso de consumo espacial desencadenado durante la burbuja inmobiliaria, en la que los rasgos urbanos se solapan con los no urbanos, dando lugar a un enclave de usos mixtos. Si bien cuenta con algunos bares y establecimientos comerciales, su proximidad a la ciudad de Granada la ha convertido en un espacio segregado y funcionalmente dependiente de la capital.

Como muchos municipios del alfoz granadino, Villa de la Fuente acoge a las clases populares menos favorecidas: trabajadores por cuenta propia, subempleados, parados, familias con pocos recursos, etc. El autor proyecta una imagen ambivalente de estos grupos sociales: por un lado, resalta la generosidad, la amabilidad y la sencillez de las gentes humildes, y, por otro, las describe como chismosas y maledicentes. El pueblo que retrata dista de ser una comunidad densa y cohesionada. Los vecinos se critican y recelan mutuamente. En sus precarias existencias, lo que predomina son modos distantes de sociabilidad sin convivencia, experimentados, por ejemplo, en los bares donde se refugian multitud de varones solitarios y ociosos. El individualismo y la miseria moral de los habitantes de Villa de la Fuente recuerdan en cierto modo a la actitud defensiva y desconfiada de los moradores de La Escapa, la ficticia localidad en la que se ambienta Un amor, de Sara Mesa (2020).

Los protagonistas de la novela son tipos humanos reconocibles que han corrido suertes muy dispares. Lolo es un joven violento, criado en una familia desestructurada que padece una esquizofrenia provocada por el consumo de drogas. Jony, licenciado en Filosofía, trafica con ellas desde que la crisis dio al traste con su trabajo en la obra. “El Liendres” arregla coches en un taller. Juanillo trabaja eventualmente en la recogida de la aceituna. Y Dani dirige una sucursal bancaria. Juanillo, Lolo y “El Liendres” condensan los rasgos de un segmento de la juventud de clase trabajadora que abandonó tempranamente los estudios para acceder a ocupaciones descualificadas relativamente bien remuneradas en el contexto de la burbuja inmobiliaria, y hoy soporta situaciones de paro o empleo eventual. Jony encarna una segunda variedad de “precariado” (Standing, 2011/2013) formada por gente joven de origen popular con estudios superiores que vio truncado su futuro laboral con el advenimiento de la crisis. Dani, sin embargo, pertenece al bloque ascendente de las clases populares. Es el único que ha conseguido un empleo cualificado estable y lleva una vida aparentemente normalizada.

Todos ellos sobrepasan la treintena y proceden de un medio social muy humilde, incluso lumpen en algunos casos. Salvo Dani, fueron criados en hogares disfuncionales, con padres violentos y bebedores. Como muchos chicos de pueblo nacidos en los ochenta, nuestros protagonistas pasaron parte de su adolescencia en un descampado, en el que comenzaron a probar el tabaco y a normalizar el consumo de estupefacientes con Fernandito, un joven drogodependiente enganchado al caballo, que amenizaba a esta pandilla con historias de “discos heavies o de tebeos” (López, 2021, p. 58) durante sus fugas escolares. Este espacio actuaba como un medio de escape de los problemas familiares y el control estudiantil. De este modo, el descampado aparece representado como un emplazamiento en el que el principio de autoridad no opera y, por tanto, donde este grupo de adolescentes se siente libre y, sin embargo, es asimismo el lugar que mejor ilustra su situación de abandono y desamparo.

El personaje de Fernandito da cuenta de manera muy concreta de la presencia de consumidores en determinadas zonas rurales a comienzos de los noventa. Se trata de una figura representativa de la generación de la heroína, con la que Juarma pretende visibilizar a un colectivo desmerecido por la literatura. En este sentido, Fernandito recuerda a los personajes demacrados de la novela Caballos Salvajes, de Jordi Cussà (2020). En ambos relatos, ambientados en el campo, se plasma un submundo marginal marcado por el paro, el desarraigo, la delincuencia y las adicciones. Se trata de infectar el discurso literario dominante con todo lo que no aparece en el retrato del mundo rural: los pobres, los drogadictos, los psiquiatrizados.

4. DROGA Y MALESTAR

Así, la novela de Juarma nos habla de los destructivos efectos de la coca. Esta sustancia capta el malestar y el agotamiento vital de nuestros protagonistas. No es casualidad que su gran auge coincidiera con el hundimiento del sector del ladrillo, cuando algunos de ellos “perdieron su empleo” (López, 2021, p. 84). Amigos y vecinos se relacionan en virtud de esta droga. Las relaciones entre Jony y Juanillo se hallan mediadas por la necesidad de consumo. Jony le pide en sucesivas ocasiones que vigile sus plantaciones caseras de marihuana a cambio de unas cuantas papelinas de coca. La amistad queda periclitada por obra de los estupefacientes. Todas las relaciones se encuentran sesgadas por su consumo desaforado. La coca ofrece una salida estimulante al “presentismo” que produce un fuerte sentimiento de ahogo entre los protagonistas. Este euforizante posee la capacidad de suspender la angustia existencial: no soluciona sus dilemas, simplemente los aplaza. La coca crea un espacio de reconocimiento grupal escindido de lo real, donde la droga es la que estructura las pautas de sociabilidad. Tal como la novela arguye, la droga une lo separado, pero lo une en cuanto separado.

Sobre ese trasfondo de soledad y excesos, el autor granadino refleja el malestar juvenil y delimita sus contornos difusos que tienden a confundirse con la totalidad del espacio rural. Muestra que la carencia de expectativas de futuro tiene efectos demoledores en la subjetividad (Lolo es el ejemplo perfecto).

5. LOS SUBALTERNOS HABLAN

Al final siempre ganan los monstruos hace un retrato oscuro de la juventud marginal, (sub)proletaria y lumpen de un suburbio rural en crisis. Por esta obra desfilan los desheredados, los desocupados que matan el tiempo jugando a la videoconsola, los desertores escolares que se han visto forzados a permanecer en el pueblo, envueltos en una especie de desarraigo resignado. Se trata de perdedores, seres tristes y humillados, atravesados por la culpa y el trauma, pobres seres marginados que se debaten en un mundo sin esperanza.

De cualquier manera, los personajes trascienden su papel de modelos representativos. Seguramente el mayor acierto del autor es darles voz desde sus respectivas individualidades, pero sin desatender las causas estructurales de sus problemas. Juarma se adentra en sus temores y frustraciones, en sus recuerdos e impresiones, favoreciendo de ese modo el punto de vista de los protagonistas marginados. Su compromiso con la clase subalterna se proyecta sobre el uso de la heteroglosia, con su cuidadosa reproducción del argot callejero de Juanillo, quien recurre frecuentemente a palabras y expresiones locales que aportan mayor dosis de realismo al relato. 

La heterogeneidad de voces y perfiles entrecruzados en el texto permiten evitar el riesgo de reificar la imagen de la juventud rural de clase baja, que encapsularía lo popular en un retrato estereotipado. El uso del multiperspectivismo narrativo permite al autor mitigar el riesgo inherente al acto de ventriloquia que efectuaría toda persona que pretendiese representar ficcionalmente la heterogeneidad de las clases dominadas.

Nuestro autor no se aproxima a las experiencias del “precariado” rural con sordidez, ni tampoco como un voyeur. Lo hace desde dentro, reflexionando sobre sus itinerarios vitales para mostrar humanidad. Juarma busca la empatía del lector con esos desnortados protagonistas. En este sentido, Lolo y los suyos no aparecen representados en su otredad, como sujetos amorales y perversos, tal como sucede, por ejemplo, en la llamada literatura redneck, una de las corrientes narrativas predominantes en el mundo editorial del thriller ambientado en comunidades rurales decadentes. Las representaciones literarias del redneck (concepto con el que se designa al estereotipo del blanco de clase trabajadora residente en los pueblos y aldeas del Sur de Estados Unidos) nos hablan de un individuo animalesco, dominado por intensas pulsiones sexuales y agresivas, que lo ubican fuera del cuerpo social. La novela de Juarma, sin embargo, se distancia de esa imagen abyecta de las clases populares al retratar a la pandilla desde su sentimiento de pertenencia a la comunidad local. Esta pandilla que participa en las verbenas del pueblo, que mata el tiempo deambulando por sus bares y discotecas no es una alteridad repulsiva sino una suerte de parias que llevan una vida desordenada. En ese sentido, la vivencia de Lolo y sus colegas no es una vivencia de alteridad, sino la forma extrema de la experiencia de la falta de expectativas de la juventud rural excluida, que se consume entre el nihilismo y el tedio.

6. BALANCE FINAL

El libro de Juarma muestra, en suma, la realidad de un territorio hermafrodita, un enclave rural parcialmente urbanizado, afectado por la crisis del ladrillo y la narcodependencia juvenil. Se trata de un espacio apenas visible en la literatura que funciona como metonimia de la ruralidad en crisis. Es la antipostal de las comunidades rurales edénicas u oprimentes de la novela campestre. Los personajes de la historia subvierten algunas de las construcciones elaboradas desde nuestra narrativa: la imagen del locus amoenus o el retrato de los pueblos abandonados al apocalipsis (en este sentido, la experiencia de Lolo y sus amigos enlaza con la realidad de la juventud obrera de los suburbios rurales, y, por ello, ha de ser entendida como representación sinecdótica de las dinámicas exclusógenas de la periferia); la ruptura con las narrativas homogeneizadoras del nuevo sujeto rural (neoagricultor, amante de la naturaleza y con una vida robinsoniana), sacando a la luz la subjetividad de los grupos subalternos; o, finalmente, la falacia de un medio rural aconflictivo, revelando un contexto social violento y destapando la existencia de enfrentamientos entre traficantes de poca monta. La novela termina, no en balde, con el cuerpo de Jony lleno de balazos. En definitiva, la historia de Lolo y su pandilla descubre un entorno marcado por la precariedad, el malestar y el abuso de sustancias psicoactivas, muy diferente a esa suerte de distopismo o neobucolismo con que la narrativa dominante suele abordar lo rural. La visibilidad de la juventud subalterna, como se ha visto en este trabajo, es el eje articulador del relato, desde el cual Juarma inscribe la vida y la voz de los sujetos marginados en el campo de lo representable (Rancière, 1996/2014), y construye una contra-narrativa del mundo rural que se opone a la elaborada y difundida desde el imaginario cultural imperante.

REFERENCIAS

Acosta-Naranjo, Rufino (2021). El final del mundo rural. Ciudad y despoblación al comienzo del milenio. En R. Pfeilstetter y R. Acosta-Naranjo (Eds.), Pensar el pensamiento de otros. Escritos en homenaje al profesor Elías Zamora (pp. 51-66). Sevilla: Junta de Andalucía.

Acosta-Naranjo, Rufino (2022). Declive demográfico y representaciones del mundo rural: una aproximación desde la Antropología a partir de la narrativa del siglo XXI. Mediterráneo económico, 35, 89-104.

Becerra Mayor, David (2013). La novela de la no-ideología. Introducción a la producción literaria del capitalismo avanzado en España. Madrid: Tierra de nadie.

Becerra Mayor, David y Martínez-Fernández, Ángela (2019). La falta de representación de la migración ecuatoriana en la novela española actual. Transatlantic Studies Network: Revista de Estudios Internacionales, 4, 195-209.

Berbel, Rosa María (2022). Nuevas direcciones para la estética ecológica en la literatura española neorrural (2013-2020). Kamchatka. Revista de análisis cultural, 19,  297-316.

Bezhanova, Olga (2017). Literature of Crisis: Spain´s Engagement with Liquid Capital. Lewisburg: Burkell University Press.

Bezhanova, Olga (2020). La novela de la crisis. La trayectoria del género. Estudios Culturales Hispánicos, 1, 205-219.

Champeau, Geneviève (2018). La novela neorrural actual: entre distopía y retro-utopía. Hispanismes. Revue de la Societé des Hispanistes Français, 11.

Cussà, Jordi (2020). Caballos Salvajes. Barcelona: Sajalín Editores.

Díez Cobo, Rosa María (2017). Páramos humanos: retóricas del espacio vacío en La lluvia amarilla de Julio Llamazares y en la novela neorrural española. Literatura y cultura españolas, 15.

López, Juan Manuel (2021). Al final siempre ganan los monstruos. Barcelona: Blackie Books.

Mesa, Sara (2020). Un amor. Madrid: Anagrama.

Mora, Vicente Luis (2018). Líneas de fuga neorrurales de la literatura española contemporánea. Tropelías: revista de teoría de la literatura y literatura comparada, 4, 198-221.

Mougoyanni, Christina (2021). Nueva ruralidad en la novela española contemporánea: un enfoque ecocrítico. Pangeas. Revista interdisciplinar de Ecocrítica, 3, 7-15.

Muñoz Molina, Antonio (1991). El Jinete Polaco. Barcelona: Seix Barral.

Oropesa, Salvador (2021). El camino (1950) de Miguel Delibes: lecturas rurales para la Generación Millenial. En A. Cuadrado Gutiérrez (Ed.), USA y Miguel Delibes. Burgos: Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

Rancière, Jacques (2014). El desacuerdo. Política y Filosofía (Trad. H. Pons). Buenos Aires: Nueva Visión Argentina.  (Obra original publicada en 1996). Standing, Guy (2013). El precariado: una nueva clase social (Trad. J. M. Madariaga). Barcelona: Ediciones de

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *