Antes de la distopía nuclear: génesis y representación de la distopía amarilla.

Before the nuclear dystopia: genesis and representation of the yellow dystopia.

Jaime Romero Leo

Universidad de Salamanca. Departamento de Filosofía, Lógica y Estética

jaimeromeroleo@usal.es

Recibido: 28/02/2021 / Aceptado: 07/03/2021

Resumen.

       Este artículo tiene como objetivo realizar una revisión del tema del “peligro amarillo” (yellow peril) en la literatura de ficción distópica de principios del siglo XX. Para ello se hará una contextualización histórica de los acontecimientos que a finales del siglo XIX fueron representando progresivamente a China y a Japón como una amenaza en el imaginario europeo y norteamericano. A continuación, se analizará el tratamiento del peligro amarillo en los escritos de Matthew Phipps Shiel y Jack London, para comprobar cómo ya desde aquellos años se fue entretejiendo un relato que hacía viable y “aceptable” el recurso de una “solución final” contra la plaga amarilla. Cabe preguntarse si estos relatos, acompañados de la propaganda que aparecería conforme el siglo XX avanzase, sentaron las bases de aquella otra solución final que acabó finalmente materializándose en las detonaciones atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945.

Palabras clave.

       Peligro amarillo, Solución final, Orientalismo, China, Japón.

Abstract.

       This article aims to examine the topic of the Yellow Peril in the dystopian fiction literature ranging from the end of the 19th century to the early 20th century. In order to do so, a historical contextualization of the late 19th century events leading to the representation of China and Japan as a threat in the European and North American consciousness is first presented. This is followed by an analysis of the treatment of the topic in writings by M. P. Shiel and Jack London. The construction of a narrative justifying the viability and «acceptability» of a «final solution» to the yellow plague shows back then already. It is thus possible to consider whether this narrative, together with the propaganda that would emerge as the century progressed, led to the eventual final solution in the shape of the atomic bombings of Hiroshima and Nagasaki in 1945.

Keywords.

       Yellow peril, Final solution, Orientalism, China, Japan.

Sugerencia de cita / Suggested citation: Romero Leo, Jaime (2021). Antes de la distopía nuclear: génesis y representación de la distopía amarilla. Distopía y Sociedad: Revista de Estudios Culturales, 1, 129-139.

1. EL PELIGRO AMARILLO: ANTECEDENTES.

     La retórica sobre el peligro amarillo se inserta de facto en una visión orientalista del mundo. Ya Edward Said en su obra Orientalismo, escrita en 1978, refirió a “Oriente” como un constructo occidental ultimado en torno al siglo XVIII. Dicho constructo le valía a Occidente para mirarse en él, como si de un espejo se tratase, y para confirmar y potenciar la idea de que existía un “otro”, llamado Oriente, imperfecto, salvaje, irracional e incivilizado. Cabe recordar que este discurso hizo que las bienintencionadas ideas de la Ilustración, que abogaron por llevar la buena nueva de la razón a todos los puntos de la Tierra, se entretejieran con las campañas coloniales que en aquellos años empezaban a consolidarse (Goberna Falque, 1999).

     Aquella imagen de un Oriente homogéneo, salvaje y, en ciertas ocasiones, peligroso y amenazante para Europa ya empezó a tomar forma con el avance del poderoso imperio mongol que, tras arrasar la Rus de Kiev, llegó hasta Polonia, Hungría y Rumanía en el siglo XIII. Queda a las ensoñaciones ucrónicas imaginar cómo habría sido la vieja Europa hoy si Ogodei, hijo de Gengis Kan y segundo gran Kan del imperio, no hubiese fallecido prematuramente, ocasionando el repliegue de las hordas mongolas a su hogar para despedir con honores a su caudillo. Precisamente, la idea de una “masa oriental” asolando las fronteras de Occidente pervivió en el imaginario occidental, primero de Europa y, años después, también de Estados Unidos. A la raza que habitaba aquel vasto territorio llamado Oriente, descendientes de aquellos temidos mongoles, se le otorgó un color particular: el amarillo. Al fin y al cabo, la segunda mitad del siglo XIX fue el momento culmen de las teorías raciales que buscaron demostrar la superioridad de la raza blanca frente a las otras. A aquellas razas no-blancas se las organizó en torno a cuatro rangos cromáticos: negro, mestizo, cobrizo y amarillo (Rodao, 2019).

Una de las primeras ocasiones en las que se usó el apelativo del “peligro amarillo” (yellow peril) en su sentido moderno fue en 1895, tras la victoria nipona en la primera guerra sino-japonesa (1894-1895). Esta fue la primera llamada de atención en la escena internacional de Japón, una joven potencia que, tras un arduo período de intensa modernización del país, iniciado en 1868, a finales de siglo mostró que su poderío militar sirvió para derrotar a China, padre cultural y político de Asia oriental. La noticia dio la vuelta al mundo rápidamente y, a pesar de que desde hacía décadas el acoso constante de las naciones occidentales había debilitado a China, la victoria nipona fue tomada con sorpresa y como una verdadera muestra del músculo industrial y militar del archipiélago nipón (Figura 1).

Figura 1. Caricatura publicada en la revista británica con base en Yokohama, Japan Punch, sobre la derrota del gigante chino frente al pequeño samurái japonés, 1894.

A pesar de que la designación de “peligro amarillo” englobaría a chinos y japoneses en el imaginario occidental hasta los años previos a la Segunda Guerra Mundial, como J. Beltrán (2018) recuerda, la primera vez que se mencionó explícitamente al “peligro amarillo” la referencia fue Japón y no China[1].  Uno de los primeros en señalar aquel peligro fue el káiser Guillermo II, el cual encargó a Hermann Knackfuss la realización de la litografía Pueblos de Europa, defended vuestra posesiones más sagradas (1895), la cual fue enviada, entre otros, al zar Nicolás II para advertirle de la amenaza que se cernía sobre Europa (Kuo Wei Tchen y Yeats, 2014). En la imagen se observa a un ángel avisando de un enemigo que se alza a lo lejos, en el lejano Oriente, representado por la imagen de un Buda en llamas que surge entre negras y tenebrosas nubes (Figura 2).

Figura 2. Hermann Knackfuss, Pueblos de Europa, defended vuestra posesiones más sagradas (1895).

Precisamente, tan solo diez años después de aquel aviso, en 1905, Rusia y Japón se acabarían enfrentando debido a las ambiciones imperialistas de ambos países sobre Manchuria y Corea. La contienda terminó con la derrota del imperio del zar a mano de los japoneses, siendo la primera vez en la historia moderna que una nación no-occidental salía victoriosa frente a una potencia europea. Aquel acontecimiento puso sobre la mesa los temores que en Europa ya habían comenzado a ganar fuerza sobre el peligro amarillo. Si bien en aquel momento concreto de la historia el peligro amarillo parecía ser abanderado por Japón, el archipiélago se presentaba en el imaginario occidental como representante de la conjunción de una Asia unida o de un “Oriente” que podría alzarse y poner en serios aprietos a Europa[2]. A pesar de que la distopía amarilla correspondería más a las ensoñaciones occidentales que a una realidad, ha de mencionarse que, en aquel momento, tras la victoria ante Rusia, Japón fue aplaudido en buena parte de Asia. Los elogios llegaron sobre todo desde los territorios que en aquellos años se encontraban colonizados por alguna otra nación occidental, como era el caso de India. Un ejemplo fue el del escritor y premio nobel, Rabindranath Tagore. A pesar de que Tagore se desencantaría con el rumbo extremista que tomaría Japón en los años siguientes, así como del uso nacionalista que el archipiélago haría de las teorías pan-asianistas, en un inicio, el escritor indio fue un ferviente defensor de los planteamientos elaborados por la visión romántica de una Asia unida (Bharucha, 2009). Así pues, la victoria en 1905 de una nación asiática sobre una europea lo conmovió hasta tal punto que dedicó unos versos al archipiélago nipón. En ellos el poeta pedía a la India aprender de los nipones:

Wearing saffron robes, the Masters of religion (dharma)

Went to your country to teach.

Today we come to your door as disciples,

To learn the teaching of action (karma).

(Citado en Hay, 1970, p. 43)

Otras personalidades que resultarían cruciales en la lucha por la Independencia de la India como lo fue Gandhi también expresaron su admiración. En 1905 el abogado indio escribió: “So far and wide have the roots of Japanese victory spread that we cannot now visualize all the fruit it will put forth. The people of the East seem to be waking up from their lethargy” (Gandhi, 1905/1999). Desde Turquía a las costas de China, la victoria nipona sacudió el continente, causando el regocijo de nacionalistas egipcios, indonesios, vietnamitas, turcos… La sensación de que Asia comenzaba a “despertar” fue ampliamente compartida en aquellos años en los que la joven nación nipona empezaba a hacer gala de sus logros armamentísticos y modernizadores. Incluso Sun Yat-sen, quien se convertiría en primer presidente de la República de China en 1912, tras la derrota de Rusia afirmó que Japón había infundido una «nueva esperanza» a los pueblos de Asia. En palabras del propio Sun Yat-sen: “(la esperanza) de zafarse del yugo de la restricción y el dominio europeos y recuperar la posición que les corresponde por derecho propio en Asia” (citado en Mishra, 2019, p. 28)[3]. En Calcuta, el virrey de la India, lord Curzon, se hizo eco del sentir general cuando expresó su temor a que “las reverberaciones de esa victoria se hayan propagado como un trueno a través de las susurrantes galerías de Oriente” (citado en Mishra, 2019, p. 19). En cierto modo, los países asiáticos, sometidos a las potencias coloniales, hicieron suyos los preceptos que los propios occidentales habían usado para dividir el mundo entre “nosotros” y “ellos”. Es decir, los mismos mecanismos políticos e ideológicos de los que hacía gala Occidente, fueron los que permitieron a aquellos países rebelarse contra el imperialismo.

Sobra decir que aquella promesa de libertad que la victoria japonesa parecía proponer, rápidamente se tornó en su opuesto. Japón no solo aprendió de las naciones occidentales sobre legislación, política, ingeniería y armamentística, también las formas de expansión colonial fueron imitadas por el archipiélago asiático que, en los años sucesivos a la victoria ante Rusia, comenzó a establecer, imparable, su propio imperio anexionándose algunos de los mismos territorios colindantes a los que en su día sirvió de inspiración. En este sentido, cabe decir que el imaginario occidental sobre el peligro amarillo experimentaría cambios importantes hasta radicalizarse con el advenimiento de la Guerra del Pacífico. A pesar de la importancia que estas nuevas perspectivas acerca del peligro amarillo tendrían conforme el siglo XX avanzase, la intención de este artículo es centrarse en los años inmediatamente posteriores a la guerra ruso-japonesa de 1905. Este acontecimiento tuvo un profundo impacto en autores como Matthew Phipps Shiel y Jack London y en sus ensoñaciones distópicas y ucrónicas sobre ciertos acontecimientos que imaginaron en un futuro cercano.

2. LA REPRESENTACIÓN DEL PELIGRO AMARILLO COMO PLAGA.

     Jack London fue enviado en 1904 a cubrir la guerra ruso-japonesa como corresponsal de la agencia Hearst. Cabe mencionar que William Randolph Hearst, magnate del periodismo y pionero de la narrativa gráfica a través de sus periódicos, fue un virulento difusor del sentimiento respecto al peligro amarillo que sobre todo impregnó la costa oeste de Estados Unidos a principios del siglo XX. Las críticas que se hicieron desde sus periódicos a Japón y a la comunidad japonesa en Estados Unidos fueron acompañadas de titulares y artículos sensacionalistas que, en ciertas ocasiones, rozaron la pura invención (Iglesias, 2019). Esto llevó al autor Sidney Gulick, consagrado a la mejora de las relaciones entre Oriente y Occidente, a escribir en 1917 Anti-Japanese War-scare Stories, con el fin de, entre otras cosas, desmentir y matizar varias de las noticias publicadas en los periódicos de Hearst. 

Aunque tras su viaje en barco entre 1907 y 1909 a los mares del sur del Pacífico London se presentaría como un defensor de la necesidad de entendimiento y diálogo entre Oriente y Occidente[4], en 1904 su visión aún estuvo fuertemente influenciada por aquel temor que progresivamente fue instaurándose en California a una invasión japonesa y que, a pesar de los esfuerzos de Gulick, acrecentó progresivamente el rechazo de los estadounidenses hacia el archipiélago asiático.

     A pesar de que, en aquellos momentos, tras su victoria ante Rusia, Japón parecía presentarse como el principal oponente asiático de las potencias occidentales, tras las observaciones que hizo en su viaje de 1904, London propuso una tesis diferente: en el futuro el verdadero peligro no sería Japón sino China. El norteamericano incluso llevó a cabo una reorganización de los colores raciales, denominando a Japón el “peligro marrón”, aquel que despertaría al verdadero peligro amarillo y por el cual incluso sería absorbido. Estas teorías fueron elaboradas por London en su ensayo The Yellow Peril, escrito en Manchuria en junio de 1904, a partir del cual desarrolló su famoso relato distópico Una invasión sin precedentes (1910/2003), escrito a finales de 1906, en el cual anticipó las posibilidades de una guerra bacteriológica. En cierto sentido, este “salto” o “confusión” entre China y Japón como los abanderados del peligro amarillo no era novedad. Por aquel entonces, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, antes de la guerra ruso-japonesa, para la comunidad occidental, las ideas sobre Oriente seguían siendo reduccionistas y muy simplificadas, llevando a la descripción de aquel peligro como un conjunto, una masa amarilla homogénea que habitaba Asia y que amenazaba a Occidente[5].

     En este contexto, cabría señalar la novela del escritor británico M. P. Shiel, The Yellow Danger, escrita en 1898, la cual puede ser puesta en diálogo con el propio relato de Jack London y presentada incluso como una suerte de antecedente al escrito del norteamericano[6]. The Yellow Danger, de corte distópico, describe el intento de invasión de Europa por parte de aquella raza amarilla. La historia comienza con la incursión de Alemania en los territorios de China, algo que verdaderamente ocurrió en 1894. Valiéndose del asesinato de dos misioneros católicos alemanes en la provincia de Shantung, Berlín finalmente abrazó el tan esperado pretexto para ocupar la bahía de Kiao-Chow (Otte, 1995). Aquella ocupación coincidía con el momento en que Japón lograba su victoria en la primera guerra sino-japonesa (1894-1895), lo cual también le granjeó la obtención de importantes territorios coloniales en China[7]. La novela narra así la crisis que Inglaterra debe apaciguar en Oriente debido al choque de intereses entre las potencias extranjeras por el ansiado reparto de China. Cabe mencionar que dicho reparto fue satirizado por Henri Meyer en su famosa caricatura En China. El pastel de reyes, de 1898 (Figura 3).

Figura 3. Henri Meyer, En China. El pastel de reyes (1898).

En este contexto de tensión internacional, Shiel presenta al doctor Yen How. Calvo, de piel amarillenta e hijo de un japonés y una china, Yen How se alza como la quintaesencia del peligro amarillo. Tras manipular y debilitar a las naciones europeas mediante enfrentamientos entre sí, el Dr. Yen How muestra sus verdaderas intenciones enviando a sus numerosas hordas amarillas a conquistar Europa. En el bando inglés, que abanderará la lucha contra las masas amarillas, se encuentra John Hardy (naturalmente, de ojos azules), que ascenderá a almirante de la flota y combatirá directamente al propio Dr. Yen How en el mar. Un punto fundamental de este relato de ficción bélica, y que permite establecer conexiones con el que once años más tarde escribirá Jack London, es el modo en el que Europa, capitaneada por Gran Bretaña, logra finalmente imponerse al numeroso ejército amarillo. Al final de la historia, Hardy recurre a la “solución final”, a la “new Black Death” desarrollada por el doctor Fletcher.

Tras la contienda naval final, en la que la experiencia y poderío de los pocos pero inspirados tripulantes de los buques occidentales logra imponerse a los chinos y japoneses, Hardy toma prisioneros a millones de soldados que flotan a la deriva. Aunque elimina a casi la totalidad de los mismos trasportándolos a remolque a los bravos mares del norte, cuyas olas y remolinos se encargan de hacer que aquellas huestes desaparezcan engullidas por el océano, decide liberar a ciento cincuenta de estos tripulantes chinos. Antes de liberarlos poco a poco, en grupos de dos, en las costas de la Europa ocupada, inocula una extraña sustancia en cada uno de ellos. Según narra la novela en su penúltimo capítulo:

The packet contained some hypodermic syringes, and three vials, containing a thick dark-gray liquid… The Hirosaki then continued on her southward way; but the Umbria put in at Christiansund. There, on the strand near the town, shortly before morning, they landed two of the hundred and fifty Chinamen. In the right forearm of each of these two men was a tiny needle-prick; and as they went walking toward the town, an ink-black spot appeared on their cheek, and a black froth ridged their lips… The Umbria then continued her voyage, which lasted two weeks. She stopped at Copenhagen, at Koenigsberg, at Stockholm, at St. Petersburg. And wherever she stopped, she landed two Chinamen with black spots on their cheeks, and a black froth at their lips… She continued her voyage. She stopped at Amsterdam, at Boulogne, at Bordeaux, at Genoa, at Constantinople, at Odessa, at seventy-five European ports. At each she left two Chinamen with needle-pricks in their forearms (Shiel, 1898, p. 338).

Tras la victoria, Hardy, el paladín de la Europa blanca, muere atormentado por la culpa de su asesinato en masa, habiendo, eso sí,dejado el mundo reposar en una paz protegida por el imperio Británico, nuevo gobernador de Europa. El último capítulo queda dedicado a la descripción de la desaparición del peligro amarillo en Europa y de su repliegue a China:

The results of his malignest act of enmity against the yellow race—results far surpassing in horror and vastness those of any of his other acts—he did not live to witness. It is certain that he could never have expected so widespread a result from the distribution of the injected Chinamen about the European coasts, for the simple reason that he did not know of Yen How’s inauguration of the Yellow Gods at Paris, which inauguration was the chief cause of the universality on the Continent of the new Black Death. As soon as an idol-less Chinaman was griped by the malady, or even saw the black spot on a neighbour’s cheek, his first instinct was to rush toward the one place of hope—the temple at Paris. And as he rushed, he went spreading far and wide that winged plague, that more putrid Cholera, dissipating it among thousands, who, in their turn, rushed to infect wide millions (Shiel, 1898, p. 343).

     La idea de combatir la “plaga” (amarilla) con otra plaga es el punto central también de Una invasión sin precedentes (London. 1910/2003). En el relato, la voz de London, a modo de narrador, describe cómo trascurrieron los acontecimientos de la invasión de la todopoderosa China a manos de una intervención organizada por el resto de las naciones del mundo. Como en el caso de The Yellow Danger, también se toman ciertos acontecimientos históricos como punto de partida del relato. En el caso de Una invasión sin precedentes, London recurrió a su propia experiencia como corresponsal en Manchuria, cubriendo la noticia de la guerra entre Rusia y Japón. Como se mencionó anteriormente, en opinión de London el verdadero peligro en el futuro no sería Japón sino China. En su ensayo de 1904, tras hacer una breve descripción del carácter de los coreanos, chinos y nipones, concluye que, mientras los primeros son unos cobardes, que al menor atisbo del peligro empacan sus enseres y huyen a las montañas abandonándolo todo, los chinos son trabajadores incansables. Nada detiene el movimiento de los mercados ni a los agricultores que trabajan infatigables. En palabras de London:

The Chinese is no coward. He does not carry away his doors and windows to the mountains, but remains to guard them when alien soldiers occupy his town. He does not hide away his chickens and his eggs, nor any other commodity he possesses. He proceeds at once to offer them for sale. Nor is he to be bullied into lowering his price. What if the purchaser be a soldier and an alien made cocky by victory and confident by overwhelming force? He has two large pears saved over from last year which he will sell for five sen, or for the same price three small pears. What if one soldier persist in taking away with him three large pears? What if there be twenty other soldiers jostling about him? He turns over his sack of fruit to another Chinese and races down the street after his pears and the soldier responsible for their flight, and he does not return till he has wrenched away one large pear from that soldier’s grasp (London, 1904/1970, p. 275).

     En opinión del escritor, es el anquilosamiento de sus clases gobernantes lo que ha llevado a los chinos a mantener una forma de trabajo y una economía tradicional, a pesar de que más de cuatrocientos millones de ellos ocupan una vasta tierra repleta de recursos naturales que podrían vertebrar una civilización comercial moderna. Según London expresa: “He is an indefatigable worker. He is not dead to new ideas, new methods, new systems. Under a capable management he can be made to do anything. Truly would he of himself constitute the much-heralded Yellow Peril were it not for his present management” (London, 1904/1970, p. 278).

Es en este punto donde entra en juego la labor del pueblo japonés, el cual, si bien representa un ejemplo extraordinario de asunción y aplicación de los códigos industriales y políticos de las potencias europeas, en opinión de London, no deja de ser una copia “sin alma”. Una increíble imitación de Occidente, pero una imitación al fin y al cabo. Aun así, Japón sí podría constituir un verdadero peligro, opina London, el problema se encuentra en su escaso número de habitantes. Reflexiona el escritor a este respecto:

Japan’s population is no larger because her people have continually pressed against the means of subsistence. But given poor, empty Korea for a breeding colony and Manchuria for a granary, and at once the Japanese begins to increase by leaps and bounds. Even so, he would not of himself constitute a Brown Peril. He has not the time in which to grow and realize the dream. He is only forty-five millions, and so fast does the economic exploitation of the planet hurry on the planet’s partition amongst the Western peoples that, before he could attain the stature requisite to menace, he would see the Western giants in possession of the very stuff of his dream (London, 1904/1970, p. 280).

     En opinión de London, la labor de Japón no será expandirse por Asia y el mundo, sino la de ser el despertador que levante a ese gigante dormido que sí está en posición de hacerlo. A este respecto, en su ensayo rememora una escena interesante que evidencia cómo si bien los pronósticos de London no se cumplieron en absoluto en su día, sí partían de unos fundamentos que los justificaban. En dicha escena, un chino y un soldado japonés mantienen una suerte de diálogo escribiendo algunos ideogramas en el suelo. No pueden hablarse, pero se entienden. Culturalmente comparten lazos y sus letras (ideogramas chinos que penetraron hace siglos en Japón y se imbricaron con su lengua), son las mismas. Con estas consideraciones, comienza Una invasión sin precedentes, situado en 1976.

El despertar de China, esperado durante mucho tiempo, había sido finalmente desechado. Los países occidentales habían tratado de estimular a China pero habían fracasado. Pero con su natural optimismo y egoísmo racial habían llegado a la conclusión de que la tarea era imposible, que China no se despertaría jamás. Pero hay algo que no habían tenido en cuenta y es que entre ellos y China no existía un lenguaje psicológico común. Sus procesos mentales eran radicalmente distintos, no compartían el mismo vocabulario interno. Cuando la mente Occidental se internaba en la mente China, se internaba en un laberinto insondable. Del mismo modo, cuando la mente China se internaba en la mente Occidental, inmediatamente, se topaba con un muro incomprensible y sin sentido. Todo era una simple cuestión de lenguaje. No había medio de comunicar las ideas occidentales a la mente China y, así, China continuó dormida. El progreso y los medios materiales de Occidente eran para ella un libro cerrado y tampoco Occidente era capaz de abrir el libro (London, 1910/2003, p. 145).

     En el relato de London, Japón actúa de canalizador y traductor de las ideas occidentales, logrando transmitir estas en un “lenguaje” que China pudiese finalmente comprender, el país de más de cuatrocientos millones de trabajadores empezó a poner en marcha sus engranajes. Si Japón había logrado llevar a cabo su propia modernización sin la ayuda de nadie, transitando el pedregoso sendero hasta llegar a lo que Occidente llamaba “civilización moderna”; lograr lo propio en China no resultó tarea complicada. Conquistados Corea y Manchuria, los graneros del imperio, China aportaría los yacimientos mundiales de hierro y carbón, así como una mano de obra inagotable, de nada más y nada menos que un cuarto de la población mundial del planeta. London ya lo había expresado años antes en su ensayo: el chino podía ser el trabajador industrial y el soldado ideal si se lo dotaba de la organización adecuada y Japón, tras su imposición ante Rusia, estaba preparado para suministrarle dicha organización. Uno de los factores interesantes del relato de London es que la expansión de China no se produce por la vía dura, mediante una invasión militar como en el relato de Shiel, lo cual parece premonitorio con respecto a las maneras de obrar que China presenta hoy día, en pleno siglo XXI. Según London recoge en su relato:

Contrariamente a lo esperado, China no se mostró guerrera. No albergaba sueños napoleónicos y se contentaba con dedicarse al arte de la paz. Tras un período de inquietud, se aceptó la idea de que si China había de ser temida, no sería en la guerra sino en el comercio. Su tecnología continuó perfeccionándose. En lugar de un gran ejército permanente, desarrolló una milicia espléndida, eficiente y mucho más numerosa. Su marina, en cambio, de puro pequeña, era el hazmerreír del mundo; pero tampoco intentó fortalecerla. Los puertos comerciales del mundo nunca llegaron a recibir las visitas de sus navíos de guerra (London, 1910/2003, p. 145).

Una vez iniciada la modernización, la calidad y esperanza de vida de su prolífica población hizo que esta fuese emigrando a los países cercanos. Finalmente, el número de la población acababa igualando y sobrepasando a la población autóctona, siendo natural la incorporación del territorio a China. Poco a poco, Indochina, Bután, Birmania… Las naciones europeas que veían amenazados sus dominios se levantaban en armas contra China, pero lo hacían inocuamente ante la colosal población amarilla, que tan solo necesitaba replegarse sobre sí misma y aguantar paciente los envites hasta que aquellas campañas militares fuesen sencillamente insostenibles económicamente para la potencia extranjera en cuestión. Como puede imaginarse, a estas alturas, ya hacía mucho que China había prescindido del liderazgo japonés. Colmados de honores y medallas los consejeros políticos fueron devueltos al archipiélago, siendo extirpada su presencia del panorama internacional.

En este sentido, a pesar de que la expansión de China en el relato de London no se hace por la vía militarista, al igual que en The Yellow Danger, esa imagen de una masa amarilla, que engulle todo a su paso y se extiende como una plaga sigue vigente. En el relato, llegado el año 1975, la asociación de Fuerzas Unidas, conformada por los países occidentales y algunos orientales que aún no habían sido engullidos da su ultimato a China para que detenga su expansión territorial. Ante esto, el emperador de China, finalmente, constata lo evidente. Nada importan a China las amenazas de las naciones extranjeras:

Enviad vuestras expediciones punitivas, pero antes acordaos de Francia. El desembarco de medio millón de soldados en nuestras costas agotaría los recursos de cualquiera de vosotros. Y nuestros millones de los tragarían de un bocado. Enviad un millón; enviad cinco, y nos los engulliríamos lo mismo. ¡Uff! Nada, un magro bocado. En cuanto a vosotros, los Estados Unidos, podéis aniquilar, como habéis amenazado, a los diez millones de culíes que hemos arrojado en vuestras costas… total apenas alcanzan a la mitad de nuestra tasa anual de nacimientos (London, 1910/2003, pp. 152-153).

De este modo, China es representada como una amalgama amarilla homogénea a la que no le importa que sean seccionadas ciertas partes de sí misma ya que serán inmediatamente repuestas. Mediante una retórica como esta la condición de los chinos se deshumaniza completamente. Ya no son individuos que forman parte de un colectivo, sino que el colectivo se alza como protagonista, como masa informe a la que ha de derrotarse. En el discurso de London, como en el de Shiel, el enemigo solo es “uno”, al que se refiere y se sustancializa como “peligro amarillo”. Aún en un contexto de guerra, resultaría reprobable atacar a seres humanos con según qué armas, pero no a una masa sin forma que, como si de una plaga se tratase, avanza imparable devorando todo lo que encuentra a su paso. Ante una perspectiva como esta, en el relato, las naciones occidentales recurren, como en la novela de Shiel, a una solución final bacteriológica.

En una movilización militar sin precedentes, tanto la armada como la marina de todos los ejércitos del mundo cercan a China que, como de costumbre, se repliega sobre sí misma, como si de un animal se tratase, esperando el envite al que ya está acostumbrada. Una vez el ataque cese, continuará su camino. En esta ocasión el ataque será diferente y, sobre aquella masa amarilla, serán lanzados miles de pequeños tubos de frágil vidrio “que se hacían mil añicos al estrellarse contra las calles y tejados. Pero no tenían nada de mortíferos aquellos tubos de cristal. No ocurría nada. No había explosiones” (London, 1910/2003, p. 155). Aquellos tubos no contenían ni una ni dos plagas, sino más de una veintena, elaboradas y encapsuladas en los laboratorios europeos:

De haber sido una plaga, China tal vez hubiera podido hacerle frente. Pero nadie era inmune a una veintena de ellas. El que se escapaba de la viruela caía víctima de la escarlatina. El que era inmune a la fiebre amarilla, se lo llevaba por delante el cólera; y si era inmune también a éste, era barrido por la Peste Negra (London, 1910/2003, p. 156).

Ante un horror como aquel los chinos trataron de huir, siendo irremediablemente rechazados por el muro de soldados que las naciones del mundo habían desplegado por tierra y mar. China fue diezmada en cuestión de meses y la plaga amarilla finalmente erradicada.

3. LAS SECUELAS DEL IMAGINARIO SOBRE EL PELIGRO AMARILLO.

A pesar de que las novelas presentadas en el artículo se insertan dentro de la ficción distópica, pueden servir de base a reflexiones profundas sobre los acontecimientos que concluyeron la denominada Guerra del Pacífico. Como es sabido, la rendición total de Japón se produjo tras las detonaciones atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945. Otra “solución” final lanzada sobre el foco del terror amarillo que, en el momento del ataque, no fue vista por Occidente con la misma reticencia con la que hoy se condena aquel acto.

Cabe mencionar que en la escala bélica contra aquel peligro amarillo que, finalmente, fue representado por Japón y no por China, a los relatos como el de Shiel y London se les sumó la propaganda bélica, cómics, películas, caricaturas, etc. Es decir, todo un entramado ficcional que buscó fijar en el imaginario occidental, sobre todo norteamericano, la idea de que aquellos diablos amarillos no solo no pertenecían a la raza blanca, sino que amenazaban su supervivencia. La deshumanización de los nipones fue potenciada cuando Japón avanzó implacable por Asia y se reveló como un poderoso adversario de Estados Unidos. En ese momento, aquellos temores sobre el terror amarillo que la ficción llevaba imaginando durante décadas cobraron renovado significado en la mente de los norteamericanos. Es interesante apreciar cómo agencias como la Writers’ War Board tuvieron que invertir sus esfuerzos en “convencer” a la población norteamericana que nazismo y Alemania eran equivalentes, ya que, al inicio, en muchas ocasiones se tomó al pueblo alemán como víctima del engaño de los nazis, los cuales se habían alzado finalmente con el poder.[8] Ante el objetivo de una guerra total, aquel discurso era inviable y de ahí la redirección que experimentó la propaganda. Tal reorientación no fue necesaria en el caso de Japón. Ya había una amplia tradición de crítica racista hacia aquellos “amarillos” que, tras el ataque de Pearl Harbor, llegó hasta sus mayores cotas de odio. Evidencia de ello son por ejemplo las caricaturas y los cómics de la época que, si bien en ciertas ocasiones llegaron a “respetar” el físico y la dignidad del villano alemán, no hicieron lo propio con el animalizado soldado japonés, al cual se lo representó, amarillo, de ojos pequeños y dientes enormes. A este respecto, especialmente esclarecedoras son las declaraciones de uno de los marines que luchó en la batalla de Guadalcanal:

Ojalá hubiéramos estado peleando contra los alemanes. Son seres humanos, como nosotros. Pelear contra ellos debe ser como una competición atlética en la que mides tus habilidades contra las de alguien que sabes que es bueno. A los alemanes les han engañado, pero al menos reaccionan como hombres. Pero los japos son animales. Para luchar contra ellos tienes que aprender todo un nuevo repertorio de reacciones físicas. Tienes que acostumbrarte a su obstinación animalesca y a su tenacidad (Iglesias, 2019, p. 280).

Según una encuestas realizada por Gallup Poll entre el 10 y el 15 de agosto de 1945, el 85% de los encuestados “aprobaba” que las bombas atómicas hubiesen sido lanzadas sobre Japón. Curiosamente, el 69% consideraba negativo el desarrollo de la bomba atómica (Iglesias, 2019). Esto es, había quienes desaprobaban el desarrollo de las bombas atómicas, pero consideraron aceptable que se usase contra los nipones o, más bien, contra el terror amarillo que llevaba encarnando las pesadillas de Occidente desde hacía décadas.

REFERENCIAS.

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[1]Aquella diferenciación clara en el imaginario occidental entre China y Japón se produjo tras la segunda guerra sino-japonesa (1937-1945) y, sobre todo, tras el ataque a Pearl Harbor en 1941. En aquellos años, Japón pasó a ser definitivamente el enemigo a batir y China, en constante lucha contra los invasores japoneses, el aliado.

[2]A este respecto no hay que olvidar las ideas pan-asianistas que Japón había empezado a desarrollar en aquellos años y que pujarían por una Asia unida con Japón al frente (Okakura, 1903/2018)

[3]A pesar de sus alabanzas, China se convertiría en una de las naciones más golpeadas en los años sucesivos por las ansias coloniales niponas en la llamada “segunda guerra sino-japonesa” (1937-1945), en la cual el ejército japonés perpetró actos tan atroces como la llamada “masacre de Nankín” en 1937 (Chang, 1997/2016).

[4]De aquel viaje sacaría la inspiración para The Cruise of the Snark (1911), en donde narró su aventura en barco en 1907 a través del Pacífico sur en su queche (Métraux, 2009).

[5]Un buen ejemplo sería la colección de postales de T. Bianco llevadas a cabo en el primer lustro del siglo XX. En The European Nightmare puede observarse a los líderes nacionales de Europa durmiendo, atormentados por los sueños de una avalancha amarilla que sale de China, el llamado Imperio Celestial. Para un análisis de esta colección de postales, véase: https://visualizingcultures.mit.edu/yellow_promise_yellow_peril/yp_essay04.html

[6]The Empress of the Earth: The Tale of the Yellow War apareció semanalmente en Short Stories de febrero a junio de 1898. La respuesta entusiasta de los lectores llevó al editor a pedir al escritor que doblara la extensión del relato. A principios de verano de aquel año salió en libro recopilatorio, titulado El peligro amarillo (The Yellow Danger; Or, what Might Happen in the Division of the Chinese Empire Should Estrange All European Countries).

[7]Todos estos acontecimientos derivaron finalmente en el levantamiento de los bóxers en 1900 y, finalmente, en la instauración de la República en 1912.

[8]La Junta de Escritores de Guerra (WWB) fue establecida para promover el apoyo popular al esfuerzo bélico. En aquellos años la administración Roosevelt era contraria al uso de la propaganda, a la que relacionaba con la distorsión y manipulación a la que los fascismos europeos solían recurrir. A este respecto, cabe mencionar que, a pesar de que la WWB se trató de una organización privada que, supuestamente, actuó por cuenta propia, sí llegó a recibir soporte gubernamental. (Howell, 1997)